Pido tres minutos de tu tiempo para echar un vistazo a este vídeo.
Hemos creado un mundo falso en el que las mentiras son algo normal. A veces, no podemos decir qué es real y qué es falso, como si viviéramos en Matrix, pero no estamos en ninguna película. La sociedad está enferma y el mundo está roto.
Ayer, navegando en el fascinante mundo de Internet, vi un artículo en una de esas revistas que podrían servir como definición visual de la palabra «falso» que se titulaba «Cómo arreglar tu maquillaje después de llorar». ¿Por qué alguien, un día, pensó que esa información podría aparecer en una revista? ¿Por qué alguien, un día, pensó si quiera en esa información? El mundo está roto hasta el punto que los medios de comunicación nos dicen que escondamos algo tan humano como llorar, ya que el comportamiento correcto es sonreír y ser feliz, como nos recuerda cada día la televisión, las redes sociales, la pubilicidad...
Suelo sonreír, pero ayer no fue mi mejor día (más que nada porque me tuve que levantar a las 5:30 de la mañana, lo que no ayudó a que mi mañana fuera maravillosa). Cuatro personas, sin preguntarme si todo estaba bien, me dijeron que sonriera. Simplemente porque sonreír es el comportamiento aceptable y normal. Vivimos en un mundo en en el que tenemos que esconder nuestras emociones porque no es normal tener setimientos. La sociedad rechaza lo que nos hace humanos.
No dejamos cenizas porque
antes de arder, sabíamos que no podíamos dejar que el fuego nos tocara. Pero no
podíamos detenerlo, el incendio consumió el tiempo y dijimos «hasta nunca»
cuando nos moríamos por decir «hasta mañana».
Fueron The Iveys, fueron The
Panthers, The Black Velvets, The Wild Ones, hasta que al fin, en un beatélico 1967, fueron ellos, Badfinger.
Tom Evans, Mike Gibbins, Joey Molland y, el artífice de todo, Pete Ham, no
sabían que se les venía encima un destino digno de una obra de Shakespeare.
No habían funcionado bien como
The Iveys, pero Paul McCartney se había fijado en ellos y tenía algunas propuestas.
Su primer gran éxito fue su
single Come and get it. Lo había
escrito Paul McCartney, que había visto mucho potencial en el grupo y les cedió
la canción. A partir de entonces, grabaron con Apple, la discográfica de los Beatles.
Durante la grabación de No dice, su segundo álbum, el productor tenía que mirar continuamente a
través del cristal para convencerse de que no eran los mismos Beatles los que
estaban tocando. De hecho, cuando poco después la mítica banda se separó (Yoko
Ono, nunca te lo perdonaré), la prensa describió a Badfinger como «the next
Beatles». Aunque ni siquiera supieras que existía este grupo, has escuchado la
canción estrella de su segundo álbum: Without you. Esta canción saltó a la fama mundial por la posterior
versión de Nilsson. El problema fue que, aunque con el éxito que tuvo podrían
haber tocado con guitarras con incrustaciones de diamantes, el que se forró fue
Nilsson.
Esta es la versión original de
Badfinger, que supera a la de Nilsson y, por supuesto, a las posteriores de
Mariah Carey y de Il Divo:
Tras su tercer álbum, George
Harrison los contrató como banda acompañante de su primer disco en solitario.
Parecía que convertían en oro a todo aquel a quien se les acercaba, y, como
pasó con Nilsson, el disco de George Harrison alcanzó el puesto número 1 en
ventas.
Escribieron más éxitos en esta
época, entre los que están Day after day
y la revalorizada Baby blue.
Hasta el momento, todo sobre
ruedas, habían tenido varios éxitos y los Beatles, el grupo más influyente de la historia
(ya disuelto) los adoraban. Pero la realidad era que no tenían dinero: vivían
todos los miembros del grupo en la misma casa (con sus respectivas parejas) y
no habían visto ni una libra de lo que se supone que deberían haber recibido
por Without you, que ya había viajado
por más países de los que ellos viajarían jamás. Si en los Beatles fue
Yoko Ono, aquí la causa de las desgracias se llamó Stan Polley: su manager. Les
convenció de que el dinero estaba en buenas manos igual que les convenció para
que dejasen la discográfica de los Beatles y trabajaran con Warner Brothers.
Y de repente, las ventas del
siguiente álbum les dieron una bofetada. Pete Ham, el genio del grupo, quiso
abandonar, pero la nueva discográfica se negó a seguir trabajando sin él. Así
que decidió grabar su sentencia de muerte: Wish
you were here. Fue uno de sus mejores discos, con excelentes críticas, pero
Warner había demandado a su mánager por problemas económicos y el disco se
retiró de las tiendas. Tras esto, la situación económica de los integrantes del
grupo se volvió insostenible.
Pete Ham no sabía por qué todo
había salido mal: todos sus discos eran excelentes, pero las ventas eran mínimas; había escrito Without you, una
canción multimillonaria, pero el dinero se lo estaba llevando otro; eran amigos de
los Beatles, habían tocado con ellos, pero no llegaba a fin de mes… Tenía una mujer
y un hijo a los que no podía mantener y, finalmente, la llamada telefónica
que le informó de que Stan Polley se había esfumado con todo el dinero del grupo le hizo tomar
la decisión definitiva: el 23 de abril de 1974, pasó a formar parte de El Club
de los 27 ahorcándose en su garaje. Su nota de suicidio decía:
Anne, te quiero. Blair, te quiero. Ya no
puedo querer a todo el mundo y confiar en cualquiera. Esto es lo mejor.
Pete.
PD: Stan Polley es un cabrón desalmado. Me
lo llevaré conmigo.
El grupo se disolvió, ya no tenía
sentido. Intentaron hacer algún disco y dar conciertos, pero no
salió bien. Siete años después, Tom Evans, el que fue mejor amigo de Pete, se
suicidó ahorcándose en un árbol de su jardín entre demandas, juicios e
hipotecas.
50 años después de que cuatro
ingenuos y jóvenes músicos decidieran formar un grupo, Vince Gilligan, el director de Breaking Bad decide, voluntaria o involuntariamente, darles la gloria que nunca tuvieron y que siempre merecieron al colocar Baby blue como broche final de una de las mejores series de la historia de la televisión.
¿Te acuerdas de aquella vez que
escribiste mi nombre en la arena de la playa? Acababas de salir de trabajar y todavía
tenías las manos sucias de pintura. Te olvidaste de lo cansado que estabas y fuiste
corriendo a la playa. Dijiste que fuera, que era urgente, que necesitabas enseñarme
lo más increíble que habías visto nunca. Y escribiste mi nombre.
¿Cómo te fuiste tan rápido
después? ¿Fue el viento lo que borró mi nombre de la arena? O quizá fuera la
marea. Sí, fue la marea. Me llevó en forma de pequeños cristales al fondo del océano.
Allí, bajo el agua, mi nombre se
distrae contemplando la danza de colores cuando al atardecer el sol, siempre
puntual, baila con las olas. Le recuerdan a los colores de tus manos, cuando un
día, bailando sobre la arena, me escribieron.
2.000 personas no pudieron seguir ayer
el frenético baile de sábado que las placas escenificaron. Nepal vibró. Sus
gentes vibraron. Y ahora, un montón de corazones que se descomponen de empatía cuando
algo como esto sucede vibran de angustia e impotencia.
2.000 hoy no es un número más, no
es un año, no es un cambio de milenio. Hoy son vidas, las vidas de cada uno de
los nepalíes que ayer caducaron sin avisar a sus dueños. Las casas que
habitaban, los edificios en los que trabajaban, los monumentos a los que
admiraban han caído. Hoy la Tierra ha dejado claro a quién debemos admirar y temer
a la vez, porque su poder es más fuerte que el de 7.000 millones de
insignificantes personas que andan sobre ella como si les perteneciese.
Me sigue sorprendiendo (aunque ya
no debería) la pasividad de la gente ante estos sucesos. Que esto haya pasado a
8.000 kilómetros no significa que sea ficción. No es menos dramático porque sea
lejos y los afectados tengan los ojos rasgados.
Porque así es como funciona el
mundo que los hombres hemos fabricado, muy diferente a como funciona la Tierra.
A veces, usamos «mundo» y «Tierra» como sinónimos, pero cosas como estas nos
hacen darnos cuenta de que estamos equivocados. De que mientras la Tierra sigue
su curso natural en medio de su caos y su anarquía, el mundo de los hombres
está corrompido por el orden y las leyes que intentamos imponer a un montón de seres
que irremediablemente, como componentes del salvaje planeta que les engendró,
siempre estarán gobernados por el desgobierno.