domingo, 26 de abril de 2015

«Y sin embargo… se mueve»



2.000 personas no pudieron seguir ayer el frenético baile de sábado que las placas escenificaron. Nepal vibró. Sus gentes vibraron. Y ahora, un montón de corazones que se descomponen de empatía cuando algo como esto sucede vibran de angustia e impotencia.

2.000 hoy no es un número más, no es un año, no es un cambio de milenio. Hoy son vidas, las vidas de cada uno de los nepalíes que ayer caducaron sin avisar a sus dueños. Las casas que habitaban, los edificios en los que trabajaban, los monumentos a los que admiraban han caído. Hoy la Tierra ha dejado claro a quién debemos admirar y temer a la vez, porque su poder es más fuerte que el de 7.000 millones de insignificantes personas que andan sobre ella como si les perteneciese.

Me sigue sorprendiendo (aunque ya no debería) la pasividad de la gente ante estos sucesos. Que esto haya pasado a 8.000 kilómetros no significa que sea ficción. No es menos dramático porque sea lejos y los afectados tengan los ojos rasgados.

Porque así es como funciona el mundo que los hombres hemos fabricado, muy diferente a como funciona la Tierra. A veces, usamos «mundo» y «Tierra» como sinónimos, pero cosas como estas nos hacen darnos cuenta de que estamos equivocados. De que mientras la Tierra sigue su curso natural en medio de su caos y su anarquía, el mundo de los hombres está corrompido por el orden y las leyes que intentamos imponer a un montón de seres que irremediablemente, como componentes del salvaje planeta que les engendró, siempre estarán gobernados por el desgobierno.

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